El alimento para el alma

El plan de Dios para el matrimonio es que el marido y la mujer deben unirse el uno al otro. En nuestra época las parejas jóvenes parecen casarse con la idea de que si su matrimonio fracasa pueden obtener el divorcio. Cuando se casan prometen ser fieles hasta la muerte, pero mentalmente consciente o inconscientemente añaden: «a menos que nuestros problemas sean demasiado grandes».

 

En verdad, algunos sugieren que debiéramos renovar nuestra libreta de casamiento cada año, así como renovamos la licencia de conductor. Otros sugieren que nos olvidemos de todo el trastorno del matrimonio civil y las tensiones de la ceremonia de casamiento. Para ellos el matrimonio es algo de su conveniencia, de suerte, y puede ser muy pasajero. Todo depende de cómo caen las cartas.

El matrimonio, entonces, no es cuestión de suerte, sino de elección deliberada. No es sólo un asunto de conveniencia sino de obediencia; y no depende de cómo caen las cartas sino de cuánto estamos dispuestos y decididos a trabajar para su éxito. Un buen matrimonio está basado más sobre compromiso que sobre sentimientos o atracción corporal. De acuerdo con Malaquías 2.14 y Proverbios 2.17, el matrimonio es un pacto, un contrato irrevocable por el cual estamos ligados a otra persona. Por tanto, cuando dos personas se casan prometen que serán fieles el uno al otro, pase lo que pase. La esposa promete que será fiel aunque el esposo engorde, se ponga calvo, o tenga que usar lentes bifocales; aunque pierda la salud, su riqueza, su empleo, su atractivo; aunque aparezca alguien más excitante.

<<Y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo.Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe.>> (Marcos 10.8:9)